Introducción:
En 1630, la carreta que transportaba la imagen se detuvo en los pagos de Luján. La Vírgen nunca se movió de aquí. En torno de ella se fundó y creció una las ciudades más reconocidas de la Argentina. La imagen venía de Brasil (Paracaiba) y viajaba por encargo de un portugués hacia Sumampa, Santiago del Estero.
Está construida por un alfarero con arcilla brasileña cocida. Tiene 38 centímetros de alto. Su manto azul está caido, salpicado de estrellas blancas y es la túnica encarnada.
Para resguardar la estatuilla original, el padre Jorge Salvaire le hizo colocar una campana de plata que le dió la forma característica que hoy se conoce mundialmente.
Historia:
En la Provincia de Buenos Aires, a 67 kilómetros al oeste de la Capital Federal, a la vera del río homónimo, está la localidad de Luján, nombre que recuerda al sobrino de Don Pedro de Mendoza, el capitán Pedro Luján, muerto en lugar cercano por los indios, el 15 de junio de 1536. Hacia el año 1630 no había en aquel paraje poblado de alguna importancia, ya que recién en 1638 comenzaron a transitar por allí, siguiendo el camino nuevo a Córdoba, las tropas de carretas y las recuas de mulas tucumanas.
Por aquellos tiempos, castellanos del Plata y portugueses del Brasil comerciaban pacíficamente como súbditos de una misma corona. Gobernaba el vasto Imperio Español el rey Felipe IV, de la familia de los Austrias, y el Papa Urbano VIII reinaba en la Santa Iglesia Romana. Ocurrió entonces que un portugués, Don Antonio Farías de Sáa, dueño de una estancia en el pago de Sumampa, jurisdicción de Córdoba del Tucumán, encargó a un amigo, marino, le trajese del Brasil una imagen de la Virgen, pues deseaba erigir en su hacienda una capilla a la Inmaculada Concepción de María. El marino, llamado Andrea Juan, cumplió el encargo, mas no fue una sino dos las imágenes que llegaron al puerto de Buenos Aires, desconociéndose la causa de esa duplicación.
De bulto, de arcilla cocida, muy bien dispuestas en cajas de madera para que no sufriesen daño en tan largo recorrido, una mostraba a la Virgen en su Concepción –es la que hoy se venera en el Santuario de Luján-, la otra, con el Niño Jesús en sus brazos, siguió camino y llegó a Sumampa.
Según Monseñor Presas, el pedido de la imagen debió formularse a mediados de julio de 1629, pues en aquellos días se encontraba en Buenos aires el piloto Andrea Juan listo para zarpar hacia Pernambuco, Brasil. Es probable que las dos imágenes fuesen compradas y embaladas allí, en Pernambuco. Una de ellas, la que representa a Nuestra Señora en su título de Madre de Dios, sin duda fue fabricada en el nordeste del Brasil. La otra, que la representa en su Purísima Concepción, es típicamente paulista y superior a su compañera en contextura y forma. San Pablo (ciudad de Brasil), en esos años de 1630, irradiaba su esplendor artesanal a todo el Brasil.
El patache San Andrés de Andrea Juan regresa el 23 de marzo de 1630. En Buenos Aires, las cajas con las imágenes son cuidadosamente estibadas en uno de aquellos carretones que formando parte de las boyadas, en desalineada fila, surcaban las vastedades del desierto (se el llamaba desierto a los lugares donde no habia población).
Tomando hacia el norte por el Camino Viejo a Córdoba, corría el mes de mayo de 1630, la caravana, tras dos días de marcha, se detiene para hacer noche cerca de la estancia de un tal Rosende, próximo al río Luján, hoy Villa Rosa, en el partido de Pilar, a unos 30 kilómetros de la Basílica Nacional "Al apuntar el sol el día siguiente, el conductor de las imágenes unció sus bueyes, los ató al carro y picándoles con el aguijón se dispuso a continuar su ruta. No poco extrañado vió que los bueyes no se movían y aunque redobló sus esfuerzos y excitó a los animales de mil modos no consiguió que arrancase el carretón. Vinieron en su ayuda otros carreros, añadieron a la pareja del pertigo otra yunta de bueyes pero no lograron más que exasperarlos con sus golpes. Arremolinóse en torno del carro una multitud de carreros y peones de la estancia de Oramas juzgaron todos que habia que aliviar el carretón de su peso. Descargaron los bultos y al punto lo movieron los bueyes con la mayor facilidad. Como la carga era la misma que habían traído de Buenos Aires preguntaron al conductor qué era lo que llevaba y como dijese que entre otros bultos conducía dos imágenes de Nuestra Señora, desearon cerciorarse si el obstáculo provenía de ellas. Embarcaron pues las dos imágenes en el carretón y, en efecto, éste permanece inmóvil como al principio. Sacaron entonces una de las cajas y el carretón siguió atascado; trocáronla y azuzados los bueyes giraron las ruedas sin dificultad".
Frente a tan prodigiosa evidencia, los troperos, en debota procesión, llevaron la Santa Imagen a la casa de Rosende para su guarda. El hacendado hizo construir una modesta ermita de techo de paja y piso de tierra que quedó al cuidado de un negrito llamado Manuel, éste era el acompañante del conductor de las imágenes.
La noticia del milagroso hecho se divulgó rápidamente y bien pronto fueron muchos los fieles que emprendieron el viaje para venerar la imagen. La cantidad de peregrinos fue aumentando a medida que se difundía la buena nueva de los favores que Ella prodigaba. Al respecto, el historiador presbítero Felipe Maqueda señala en las "Noticias" del año 1812 que "como eran tan continuos los prodigios que se experimentaban, era también incesante el concurso de la gente que venía de lejos en romerías a visitar la Imagen de Nuestra Señora".
La sagrada imagen permaneció en el lugar unos cuarenta años. Hacia 1671 "la estancia de Don Rosende se hallaba en lastimoso estado por incuria de sus dueños, y por consiguiente la Ermita de la Virgen vino a quedar en casi despoblado. A este abandono contribuyó también en aquellos años el haberse cerrado el Camino Viejo a Córdoba que por ahí cerca pasaba, el justo temor de los indios infieles y la indiferencia con que las Autoridades Eclesiásticas hasta la fecha habían mirado tal devoción. Solo el negro Manuel logró en esos años mantener vivo el culto a Nuestra Señora. Por tal abandono los peregrinos padecían algún desconsuelo, porque no había en aquel lugar casa ni rancho donde hospedarse y frecuentar las visitas.
Fue por aquellos años cuando Doña Ana de Matos, dueña de una estancia sobre la margen derecha del río Luján, a unos treinta kilómetros hacia el oeste de los campos de Rosende, le ofrece al maestro Juan Oramas comprarle la imagen y trasladarla a su estancia. Allí estaría a resguardo de posibles profanaciones y sería más accesible para los peregrinos por estar el lugar cercano al Camino Real, más seguro y transitado.
Juan Oramas, por entonces Cura de la Catedral de Buenos Aires y heredero de los bienes de Rosende, no dudó "en condescender a la propuesta de Doña Ana porque los motivos que ella aducía eran a todas luces razonables, y también" "porque se persuadía que los concurrentes a la Capilla le robaban el ganado de la estancia, y dicha Señora Ana correspondió agradecida en darle alguna gratificación, no menos que doscientos pesos. Llevóse, pues, la Santa Imagen a su casa y púsola en un cuarto decente, con ánimo de edificarle en breve Capilla pública".
Ni bien llegada la imagen de la Pura y Limpia Concepción a su nueva morada se produjeron una serie de hechos prodigiosos que refiere la crónica del historiador Maqueda. Ocurrió que al día siguiente del traslado, Doña Ana advirtió alarmada que la Sagrada Imagen había desaparecido del lugar donde fuese ubicada con el mayor cuidado. No hallándola en toda la estancia a pesar de intensa búsqueda, su intuición le dijo que quizá hubiese regresado la Virgen a su antigua Ermita. Cuando verificó la certeza de su presentimiento, fue por Ella a lo de Oramas por segunda vez y por segunda vez volvió a faltar de su casa, encontrándose nuevamente en la vieja Ermita sin concurso humano.
Desconsolada Doña Ana con tan extraño acontecer, no se atrevió a intentar la traslación por tercera vez, porque pensó que volvería a suceder lo mismo y además temió –añade el cronista Maqueda- "castigase la Virgen su porfía cuando a su parecer le daba a entender que no gustaba estar en su casa". Decidió entonces, con acierto y esperanza, participar la novedad a las autoridades eclesiásticas de Buenos Aires. Trasladados al lugar y verificada la veracidad de los hechos, el Obispo y el Gobernador del Río de la Plata levantaron en andas la milagrosa Imagen y formando una devota procesión cuantos al lugar habían concurrido, se trasladaron desde la estancia de Don Rosende a la casa de la hacienda de Matos. Como el trayecto era largo y muchas de aquellas personas eran mayores, no fue posible llegar el mismo día, por lo que entrando la noche todos hicieron estación en la Guardia Vieja, situada cerca del río Luján, de esta banda, y junto a la hoy Ruta Nacional Nº8. Al salir el sol se prosiguió con soldados de la Guardia hasta llegar a la casa de la expresada Señora Matos. Aquí se erigió en un aposento un altar, en que se colocó la Santa Imagen, y el Señor Obispo dio facultad para que en él se celebrase Misa. La solemne procesión del traslado se cumplió pocos días antes de la fiesta de la Purísima Concepción del año 1671.
Desde el día solemne del traslado jamás volvió la Santa Imagen a la estancia de Rosende, lo que atribuyeron unos a la reverencia con que ahora se había traído, pero otros, con mayor fundamento, lo atribuyeron a que en esta ocasión vino con Ella el negro Manuel que era su devoto sacristán y que estaba dedicado noche y día al aseo y culto de su Ermita, lo que no había sucedido en las dos veces anteriores y aún en la tercera hubo algunas dificultades que vencer por cuanto narra el citado historiador el maestro Oramas alegaba ser el negro Manuel su esclavo como heredero que era del difunto año que lo trajo. El negro se defendía diciendo ser de la Virgen no más, y que su amo le había dicho varias veces, siendo muchacho, lo tenía entregado al servicio de la Virgen en su Santa Imagen. Corrió sobre este punto algún litigio
pero luego transó con alargar Doña Ana al maestro Oramas cien pesos, con que cedió su derecho. El esclavo en cuestión habría sido comprado al conductor de las imágenes en el puerto de Buenos Aires, por Bernabé González Filiano, padrastro de Diego Rosende y su tutor en 1630.
Dado el rápido aumento de los peregrinos que llegaban al lugar, a los cinco años de la traslación se consideró necesario edificar una capilla que permitiese acogerlos. Doña Ana cedió la tierra y la construcción pudo terminarse en 1685 gracias al empeño del sacerdote Pedro de Montalbo quien, luego de la visita a Luján, curó milagrosamente de la tisis, y tal como lo había prometido quedó como capellán de la Virgen. El celo de este buen eclesiástico y la donación hecha por Doña Ana, al morir, de una estancia a favor del santuario dieron nuevo incremento al culto de Nuestra Señora y éste contribuyó a su vez a la fundación de la Villa de Luján.
Un acaudalado vizcaino, Don Juan de Lezica y Torrezuri, a quien la Virgen le había devuelto la salud, fue el principal promotor de la construcción de un templo acorde con la importancia del Santuario, visitado en aquellos años por peregrinos, no sólo de la Argentina sino también de países vecinos. El 24 de agosto de 1754 se empezaron a abrir los cimientos del nuevo templo y a fines del mismo año se puso la piedra fundamental. Con gran entusiasmo acudieron los devotos de la Virgen a ayudar a los vecinos de Luján en la construcción, y de las provincias más distantes no cesó el envío de donativos con ese fin, en tanto que otros recorrían las villas y lugares, como limosneros de Nuestra Señora, solicitando alguna ofrenda para el Santuario. Los mismos reyes de España coadyuvaron a tan santa obra, ordenando Fernando VI, por una Real Cédula, que los derechos de pontazgo del nuevo puente del río Luján se aplicaran por diez años a la fábrica del templo, renovando Carlos III, en 1764, la misma gracia por otros doce. La inauguración tiene lugar con gran pompa el 8 de diciembre de 1763, y luego de la procesión se entroniza en el Santuario la venerada Imagen.
La coronación de Nuestra Señora de Luján, concedida por el Papa León XIII, tuvo lugar el 8 de mayo de 1887 y revistió los contornos de un verdadero acontecimiento nacional, al que asistieron más de cuarenta mil personas procedentes no sólo de los más alejados rincones de la Argentina, sino también de países vecinos. En el momento en que el P. José María Ssalvaire, colocó sobre la cabeza de la Sagrada Imagen, todas las bandas rompieron a tocar sus marchas triunfales, los batallones hicieron una triple descarga de fusilería, se dispararon cohetes y bombas, repicaron las campanas y se echaron a volar gran número de palomas blancas que arrastraban en pos de sí largas cintas de colores inmaculados y pontificios, como mensajeras del júbilo que en aquella hora feliz llenaba los corazones de cuantos tenían la dicha de asistir a aquel espectáculo sorprendente y de inolvidable recuerdo
Desde ese mes de diciembre de 1871 cuando se realizaba la primera peregrinación oficial de los católicos argentinos al Santuario de Luján, en la mente de Salvaire y en la de no pocos devotos de la Virgen nació la idea de levantar allí un nuevo Santuario acorde con la trascendencia de ese culto Mariano. El infatigable Salvaire escribía en 1885: "Se le debe erigir a Nuestra Señora de Luján un Templo que, por su disposición, magnificencia y simbolismo místico y patriótico, no menos que por los recuerdos que abriga el actual, un Templo que merezca el título de Santuario Nacional".
En 1890, con el decidido apoyo del Arzobispo de Buenos Aires, comenzó la obra de la actual Basílica. Solo Dios sabe lo que costó a Salvaire iniciar esa tarea y continuarla con tesón y sin descanso. Ese esfuerzo fructificó hacia diciembre de 1910 al concluir los trabajos principales que permiten sea inaugurada y bendecida con extraordinario regocijo popular. Aún faltaban construir las dos esbeltas torres que hoy se elevan casi 110 metros sobre el horizonte pampeano. La obra quedó terminada recién hacia 1930, cuando al celebrarse el tercer centenario de la milagrosa detención de la carreta, la Virgen de Luján es jurada como patrona de la Argentina, del Paraguay y del Uruguay.
Este Santuario, de estilo gótico francés, conocido en todo el orbe católico, ha sido desde su origen centro de la piedad argentina. Los Virreyes, en tiempos de la Colonia y luego los próceres de la Independencia han rendido veneración a la Virgen del Plata. Tras la batalla de Salta, el General Belgrano envió dos banderas tomadas a los realistas para que fuesen depositadas a los pies de la Virgen, y él, personalmente, en más de una ocasión, fue a postrarse ante su altar. También el General San Martín en 1823, de regreso de la gesta libertadora vuelve a visitar el Santuario de Luján y ofrece a María una de sus espadas. El Coronel French, que había nombrado a la Virgen de Luján patrona de su regimiento, le dona dos de las banderas conquistadas en le sitio de Montevideo. También Martín Rodriguez, Cornelio Saavedra, J.M. de Pueyrredón, Rondeau y los caudillos de la emancipación le tributaron el homenaje de su reconocimiento.
Hoy, el movimiento de peregrinos al Santuario de Luján es permanente y multitudinario, tanto en ocasión de la fiesta principal del 8 de mayo como durante los fines de semana y muchas otras celebraciones.
Recordemos, por último, que el Papa Juan Pablo II visitó la Basílica el viernes 11 de junio de 1982, en momentos harto difíciles para la Argentina. En Luján, aguardaba al Papa peregrino de la paz, una concentración popular única en la historia del Santuario. En la homilía, el Pontífice expresó: "Ante la hermosa Basílica de la Pura y Limpia Concepción de Luján, nos congregamos para orar junto al altar del Señor. A la Madre de Cristo y de cada uno de nosotros, Ella que, desde los años de 1630, acompaña aquí a cuantos de le acercan para implorar su protección, queremos suplicar hoy aliento, esperanza, fraternidad. Ante esta Bendita Imagen de María, a la que mostraron su devoción mis predecesores Urbano VIII, Clemente XI, León XIII, Pío XI, Pío XII, vine también a postrarse, en comunión de amor filial con vosotros, el Sucesor de Pedro en la Cátedra de Roma".
Simbolismo:
Imagen Original:
La imagen de la Virgen que llegó en 1630 al Río de la Plata es brasileña, hecha en terracota (tierra cocida) en el valle de Paraiba, San Pablo, donde en el siglo XVII, había una importante producción de esculturas de ese material. Mide 38 cm. Está de pie sobre un nimbo de nubes donde aparecen cuatro cabezas de ángeles. A ambos lados de la figura se ven las puntas de la luna en cuarto creciente. Tiene las manos juntas sobre el pecho.
Estaba totalmente policromada, siendo el manto azul cubierto de estrellas, y la túnica roja.
En 1681 –según el historiador Maqueda- ya se veneraba la imagen vestida. El padre De Los Ríos, en una visita canónica a Luján en 1737, dispone que cada tres meses se renovara el vestuario de la Virgen.
En 1904, Juan Nepomuceno Terrero, Obispo de La Plata –Diócesis a la que por ese entonces pertenecía Luján-, ante el evidente deterioro de la imagen a causa de la desintegración de la arcilla con la que fuera construida, mandó hacerle una cubierta de plata, que dejó a la vista solo el rostro y las manos.
Dicha cubierta, de autor anónimo, es de perfil cónico y está compuesta de dos piezas que se unen en el costado de la imagen. La frontal remeda túnica y manto. Ambas están repujadas y cinceladas imitando telas con roleos vegetales y un galón en el borde del manto.
La cubierta de plata sólo se hizo para preservar la figura de María, porque se la siguió vistiendo con trajes de tela. Desde esa época se le superpone el cuarto creciente por delante del manto con que se la viste. Es ya tradición que dicho manto se le cambie una vez al año, en fecha cercana al 8 de mayo, día de la Coronación.
Detalles del Manto de la Virgen de Luján
Las tres primeras galanuras de la Virgen aluden a la descripción que se hace de Ella en el Apocalipsis de San Juan: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (12, 1).
Rayera Gótica: La rayera gótica con la inscripción: “Es la Virgen de Luján la primera
fundadora de esta Villa”, adosada a la espalda de la Mujer, vestida de sol, y que representan los rayos del sol por estar la Virgen totalmente sumergida en aquella luz inaccesible.
La luna de plata: a sus pies, con tres escudos de Argentina, Uruguay y Paraguay, porque todo defecto está bajo Ella y porque es Mediadora entre Cristo –el Sol- y la Iglesia –la Luna.
Aureola De 12 Estrellas: La aureola de 12 estrellas es la diadema real de María, en ellas ve San Bernardo las 12 prerrogativas de gracias:
Prerrogativas Del Cielo:
1º Estrella. La generación de María anunciada en el Antiguo Testamento
2º Estrella. El haber sido saludada por el Ángel
3º Estrella. El haber concebido en su seno al Hijo de Dios
4º Estrella. El haberse realizado esto por obra y gracia del Espíritu Santo
Prerrogativas Del Cuerpo:
5º Estrella. Su inquebrantable propósito de guardar virginidad
6º Estrella. Su virginidad fue realzada por una milagrosa fecundidad
7º Estrella. El estar libre de las molestias que se siguen a la concepción
“llevando a Quien la llevaba”
8º Estrella. Su milagroso alumbramiento.
Prerrogativas Del Corazón:
9º Estrella. La mansedumbre de su pudor
10º Estrella.Su profunda humildad
11º Estrella. Su fe magnánima y firmísima
12º Estrella. El martirio de su corazón.
Corona Imperial: Fue mandada a hacer en París por el P. Jorge María Salvaire, francés, a un afamado artífice de la Casa “Poussielgue Roussand”es una corona de oro con incrustaciones de piedras preciosas. Fue bendecida por León XIII el 30 de
setiembre de 1886. Coronada por Mons. Federico Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, en nombre de S.S. León XIII, el 8 de mayo de 1887. Fue robada el 15 de setiembre de 1897. Fue encontrada y restaurada en la Casa Gottuzo y Costa, de la ciudad de Buenos Aires, bendecida y colocada nuevamente sobre las sienes de la Virgen por Mons. Uladislao Castellano, Arzobispo de Buenos Aires, el 7 de noviembre de 1897.
La corona luce 8 escudos: los de Argentina, Uruguay, Paraguay y España (“en memoria de los dos siglos de protección, con que España distinguió a este venerable Santuario”); los del Papa Pío IX, quien siendo canónigo en 1824 visitara y dijera Misa en Luján, de paso a Chile en la Delegación Apostólica, y el de S.S. León XIII, que bendijera la corona en 1886, ambos italianos; y los de Mons. Aneiros, porteño, y Mons. Castellano, cordobés, ya que ambos coronaron la imagen de la Virgen
Según la usanza española desde los primeros tiempos se la vistió con ropas. Por ser la Inmaculada Concepción el ropaje es túnica blanca y manto azul-celeste. Así los colores de nuestra bandera fueron tomados de los colores de María de Luján. Lo confirman muchos testimonios escritos, como por ejemplo los textos del historiador Aníbal A. Rottjer “El sargento mayor Carlos Belgrano, que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, dijo: “Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján de quien era ferviente devoto. Y en este sentido se han pronunciado también sus coetáneos, según lo aseveran afamados historiadores.” El mismo autor dice: “Después de implorar el auxilio de la Virgen, y usando como distintivo de reconocimiento los colores de su imagen, por medio de dos cintas anudadas al cuello, una azul y otra banca, y que llaman de la medida de la Virgen, porque cada una de ella medía 40 cm, que era la altura de la imagen de la Virgen de Luján” O también “al fundarse el Consulado en 1794, quiso Belgrano que su patrona fuese la Inmaculada Concepción y que, por esta causa, la bandera de la dicha institución constaba de los colores azul y blanco. Al fundar Belgrano en 1812 el pabellón nacional ¿escogería los colores azul y blanco por otras razones diversas de la que tuvo en 1794? El p. Salvaire no conocía estos detalles y, sin embargo confirma nuestra opinión al afirmar que “con indecible emoción cuentan no pocos ancianos que al dar Belgrano a la gloriosa bandera de su Patria, los colores blanco y azul celeste, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto”
Es de cedro revestido de bronce dorado, que tiende a destacarla mejor, con la inscripción: “Imagen de Nuestra Señora de Luján”.
De la sola imagen milagrosa de María de Luján podemos sacar grandes lecciones. De sus facciones menudas, de su semblante grave y risueño, de sus ojos mirando hacia la derecha, del rostro un tanto amorenado, de sus manos orantes, de la materia en que está hecha igual que nosotros, etc.
Fue necesario el genio intelectual y la mirada penetrante y profética del gran Papa Pío XII para que los argentinos descubriésemos lo que se encierra, contiene y fulgura en la Sagrada Imagen. Trece años después de haberla visitado en su camarín de Luján, siendo ya Vicario de Jesucristo y sucesor de Pedro, diciendo que “Ella quiso quedarse allí y el alma nacional argentina comprendió que allí tenía su centro natural”, expresó cuál había sido su impresión al verla: “…nos pareció que habíamos llegado al fondo del alma del gran pueblo argentino |