Los Libros Deuterocanonicos; 2º parte

Segunda Parte: “Canonicidad”

 

 

 

 

¿Qué es un libro canónico?

 

I. Canon del Antiguo Testamento

 

La forma como se ha aplicado la palabra canon a las Escrituras ha tenido desde hace

mucho un significado especial y sagrado. En su sentido más amplio significa la lista

autorizada o el número definido de los escritos compuestos bajo inspiración divina y

destinados al bienestar de la Iglesia, utilizando esta última palabra en el sentido

amplio de la sociedad teocrática que empezó con la revelación que hizo Dios de si

mismo al pueblo de Israel y que encuentra su madurez y perfección en el organismo

católico. 

 

El canon bíblico total, por tanto, consiste del Antiguo y del Nuevo Testamentos. La

palabra griega kanon significa primariamente una caña o vara de medición. Por

analogía esa palabra fue usada por los escritores de la antigüedad, tanto profanos

como religiosos, para denotar una regla o medida. Encontramos la primera

aplicación del sustantivo en la Escritura Sagrada, hecha por San Atanasio, en el siglo

IV. A causa de sus derivaciones, el Concilio de La odisea, en el mismo período, habla de

kanonika biblia. Atanasio usa las palabras biblia kanonizomena.  La última frase

prueba que el sentido pasivo de canon- colección definida y reglamentada- ya estaba

en uso entonces y que es esa connotación de la palabra la que ha prevalecido en la

literatura eclesiástica.

 

Los Los términos protocanónico y deuterocanónico, piden una palabra de

advertencia. Sólo se puede hablar de un primer y un segundo canon en forma parcial

y restringida. “Protocanónico” (de protos, primero) es una palabra convencional que

señala aquellos escritos que han sido siempre aceptados sin discusión. por el

cristianismo. libros protocanónicos del Antiguo Testamento corresponden a los de la

Biblia hebrea y al Antiguo Testamento reconocido por los protestantes. Los

deuterocanónicos (deuteros, segundo) son aquellos cuya autenticidad fue debatida

por alguna razón, pero que desde hace mucho tiempo ganaron un lugar seguro en la

Biblia de la Iglesia Católica, 

 

aunque los protestantes consideran “apócrifos” los que quedaron incluidos en el

Antiguo Testamento. Esos libros son siete: Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, Sabiduría,

I y II de Macabeos. También algunas adiciones a los libros de Ester y Daniel

 

Se debe hacer notar que protocanónico y deuterocanónico son términos modernos

que no fueron usados sino hasta el siglo XVI.. 


 

 

 

 

 

 

****Postura tradicional del canon de los judíos palestinos.****

 

Proto-canon.

 

Opuestos a las visiones más recientes de algunos estudiosos, los conservadores no

admiten que los Profetas y los Hagiographa representen dos etapas sucesivas de la

formación del canon palestino. Según la vieja escuela, el principio rector de la

separación entre los Profetas y los Hagiographa no era de naturaleza cronológica,

sino algo que se encuentra en la naturaleza misma de las respectivas composiciones

sagradas. Esa literatura quedó agrupada en los Ké-thubim, o Hagiographa, ninguno

de los cuales era producción directa del orden profético, o sea, de los personajes

comprendidos en los Profetas Posteriores, ni tampoco contenía la historia de Israel

interpretada por los mismos maestros profetas: narraciones clasificadas como

Profetas Anteriores. 

 

El profeta Daniel fue relegado a los Hagiographa como si fuera solamente una obra

del don de profecía, pero no como la obra del oficio permanente de profeta. Los

mismos estudiosos conservadores del canon- hoy día con escasa representación fuera

de la Iglesia- defienden, en lo que toca a la inclusión en la literatura israelita de los

documentos que conforman esos grupos, fechas muy anteriores a las admitidas

generalmente por los críticos. Para ellos, la terminación práctica, no la formal, del

canon palestino se ubica en la era de Esdras (Ezra) y Nehemías, a mediados del siglo

V a. C., aunque por otra parte, siempre fieles a la autoría mosaica del Pentateuco,

insisten en que la canonización de los cinco libros sucedió poco después de su

composición.

 

Habida cuenta que los tradicionalistas infieren la autoría mosaica del Pentatecuco a

partir de otras fuentes, pueden encontrar prueba de una colección más temprana de

esos libros en Deuteronomio 31, 9-13, 24-26, donde se trata acerca de un cierto libro

de la ley, entregado por Moisés a los sacerdotes con el mandato de guardarlo en el

Arca y de leerlo al pueblo en la fiesta de los Tabernáculos. Pero el esfuerzo por

identificar este libro con el Pentateuco entero no convence a quienes se oponen a la

autoría mosaica. 

 

El resto del canon Palestino-judío

 

Sin estar totalmente seguros del tema, quienes abogan por las posturas antiguas

consideran muy posible que se hayan hecho varias adiciones al repertorio sagrado en

el período que va de la canonización de la Torah mosaica, descrita más arriba, al

exilio (598 a.C.). Para ello citan, especialmente, a Isaías, 34,16; II Paralipómenos, 29,1;

Daniel, 9,2. Respecto al período que siguió al exilio babilónico, los conservadores

arguyen con más seguridad. Se trata de una era de construcción, un parte aguas en la

historia de Israel. La terminación del canon judío, mediante la adición de los Profetas

y de los Hagiographa como cuerpos de la Ley, se atribuye a conservadores como


 

 

 

Esdras, el sacerdote-escriba y líder religioso de ese período, apoyado por Nehemías, el

gobernador civil, o al menos a la escuela de escribas fundada por el primero. (Cf. II

Esdras, 8-10; II Macabeos, 2, 13, en el original griego). Favorece mucho más

claramente la formulación hecha por Esdras de la Biblia Hebrea el famoso pasaje de

Josefo, “Contra Apionem”, I, 8, en el que el historiador judío, quien escribe en el año

100 d. C., deja sentada su convicción, y de sus correligionarios- probablemente basada

en la tradición-, de que las escrituras de los hebreos palestinos formaban una

colección cerrada y sagrada que data de los días del rey persa Artajerjes

Longiamanus (465-425 a.C.), un contemporáneo de Esdras. Josefo es el más antiguo

escritor que numera los libros de la Biblia Judía. Su ordenamiento actual contiene 40;

Josefo llegó artificialmente a 22, para coincidir con el número de letras del alfabeto

hebreo, a través de combinaciones tomadas parcialmente de los Setenta. Los exegetas

conservadores encontraron un argumento confirmativo en una afirmación del

apócrifo libro IV de Esdras (XIV, 18-47), bajo cuyo legendaria cobertura ellos ven una

verdad histórica. Ven otra más en una referencia encontrada en el texto Baba Bathra

del Talmud babilónico sobre la actividad hagiográfica de los “hombres de la Gran

Sinagoga”, y de Esdras y Nehemías.

 

Pero los escrituristas católicos que admiten un canon esdriano están lejos de admitir

que Esdras y sus colegas pretendían cerrar la biblioteca sagrada para impedir

cualquier futura intromisión. El Espíritu de Dios pudo, y de hecho lo hizo, soplar en los

escritos posteriores, y la presencia de los libros deutero en el canon de la Iglesia

responde a los teólogos protestantes de la generación anterior, quienes aseguraban

que Esdras fue un agente divino elegido para determinar y sellar inviolablemente el

Antiguo Testamento. Al menos en este punto los escritores católicos difieren del cauce

del testimonio de Josefo. Y aunque existe lo que se podría llamar un consenso de los

exegetas católicos del tipo conservador acerca de la formulación esdriana o cuasi

esdriana del canon en la medida que el material existente lo permitía, no se trata de

un acuerdo total. Kaulen y Danko, postulando una compilación posterior, son las

excepciones entre los académicos mencionados.

 

 

 

 

A. El canon de los judíos palestinos

 

(Los libros protocanónicos)

 

Ya se insinuó que existen un Antiguo Testamento “menor, o incompleto”, y “uno

mayor, o completo”. Ambos nos fueron transmitidos por los judíos. El primero, por los

judíos palestinos; el segundo, por los alejandrinos o helenistas.

 

La actual Biblia judía está compuesta por tres divisiones, cuyos títulos combinados

forman el nombre completo de las escrituras del judaísmo: Hat-Torah, Nebiim, wa-

Kethubim, o sea la Ley, los  Profetas y los Escritos. Esta es una tríada muy antigua; se

cree que fue establecida hace mucho en la Mishnah, o código judío de leyes sagradas

no escritas y que fue escrita finalmente alrededor del año 200 d.C. Un agrupamiento


 

 

 

semejante es mencionado en las palabras del mismo Cristo en el Nuevo Testamento,

en Lc. 24,44: “Todas las cosas que fueron dichas respecto de mí deben ser cumplidas,

las que se encuentran escritas en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”. Si

vamos al prólogo del Eclesiástico, que fue fijado en éste cerca del año 132 a.C.,

encontramos que se mencionan “la Ley, los Profetas y otros que los han sucedido”. La

Torah, o ley, consiste de los cinco libros mosaicos: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y

Deuteronomio. Los Profetas fueron subdivididos por los judíos en Profetas Anteriores

(i.e. los libros profético-históricos: Josué, Jueces, Samuel [Reyes I y II], y Reyes [Reyes

III y IV], y Profetas Posteriores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores,

a los que los hebreos cuentan como un solo libro). Los Escritos, mejor conocidos por

un título prestado de los Padres Griegos, Hagiographa (escritos sagrados), abarcan

todos los libros restantes de la Biblia hebrea. Nombrados en el orden en el que

aparecen en el texto hebreo actual, son: Salmos, Proverbios, Job, Cantar de los

Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras, Nehemías o Esdras II

, Paralipomenon (Crónicas).

 

--Visiones críticas de la formación del canon palestino.

 

La Ley, los Profetas y los Hagiographa, sus tres cuerpos constitutivos, representan un

grado de crecimiento y corresponden a tres períodos más o menos extensos. Los

Hagiographa se encuentran separados de los Profetas por causas puramente

cronológicas. La única división señalada por razones intrínsecas es el elemento legal

del Antiguo Testamento, o sea, el Pentateuco. 

 

La Torah, o Ley

 

Dicen los exegetas críticos que hasta el reinado de Josías y el descubrimiento del “libro

de la Ley” en el templo, hecho que hizo época (621 a.C.), no había en Israel ningún

códice legal escrito, ni ninguna otra obra que fuese reconocida universalmente como

procedente de la suprema autoridad divina. Ese “libro de la Ley” era prácticamente

idéntico al Deuteronomio, y su reconocimiento y canonización consistieron en el

pacto solemne echo por Josías y el pueblo de Judá, según se describe en el IV libro de

los Reyes, 23. Quedó demostrado por la evidencia negativa de los profetas anteriores y

por la ausencia de factores debidos a la reforma religiosa decidida por Exequias

(Hezekiah), que en Israel no se conocía previamente ninguna Torah sagrada escrita,

mientras que ésta sí constituyó el motor principal de la reforma que realizó Josías.

Finalmente, también lo demostró la sorpresa y consternación de este último

gobernante al encontrar tal obra. Este argumento, de hecho, es el pivote del actual

sistema de crítica del Pentateuco. La publicación de todo el código mosaico, según la

hipótesis dominante, no ocurrió sino hasta los días de Esdras, y está narrada en los

capítulos VIII-X del segundo libro que lleva ese nombre.. 


 

 

 

Los Nebiim o Profetas

 

No hay forma de aclarar directamente el tiempo o modo en que se terminó la segunda

etapa del Canon Hebreo. La creación del mencionado Canon Samaritano (c. 432 a.C.)

puede proporcionar un terminus a quo. Quizás un mejor punto de referencia sea la

fecha de la terminación de la profecía cerca del fin del siglo quinto antes de Cristo.

Para el otro terminus la fecha inferior es la del prólogo del Eclesiástico (c. 123 a.C.),

que habla de la “Ley” y los “Profetas y los demás que los han seguido”.

 

*Fíjense, la clasificación de su biblia y ésta clasificación, la hebrea tiene tres tipos de

libros:  Ley, Profetas y el resto. !osotros tenemos la de los 70: Ley (pentateuco),

Sapienciales, Cronológicos, Profetas Mayores, Profetas Menores, o se los clasifica de

otra forma: Históricos, Didácticos, proféticos, la que usamos es la última.

 

Los Kéthubim, o Hagiographa, completan el Canon Judío.

 

Las opiniones de los críticos referentes a su fecha de redacción varían desde el año

165 a.C. a la mitad del siglo segundo de nuestra era (Wildeboer). Los estudiosos

católicos Jahn, Movers, Nickes, Danko, Haneberg, Aicher, sin compartir las opiniones

de los exegetas más  avanzados, consideran que los Hagiographa hebreos no

quedaron definitivamente terminados sino hasta después de Cristo. Es algo

indiscutible que el carácter sagrado de ciertas partes de la Biblia palestina (Ester,

Eclesiatés, Cantar de los Cantares) aún era puesto en duda por algunos rabíes en

fecha tan tardía como el siglo segundo de la era cristiana (Mishna, Yadaim, III,5;

Talmud Babilonio, Megilla, fol. 7).  A pesar de las diferencias de fechas, los críticos

concuerdan en que la distinción entre los Hagiographa y el Canon Profético es

esencialmente cronológica. Se debe a que los Profetas ya habían formado una

colección cerrada a la que no tenían acceso Rut, Lamentaciones y Daniel, aunque

pertenecieran naturalmente a ellos y, consecuentemente, tuvieron que aceptar un

lugar en la formación más nueva, los Kéthubim.

 

Los Libros Protocanónicos y el Nuevo Testamento

 

La ausencia de citas de Ester, Eclesiastés y Cántico se puede explicar razonablemente

por su poca utilidad en los objetivos del Nuevo Testamento, y se justifica más por la

ausencia de los dos libros de Esdras. Abdías, Nahum y Sofonías, aunque no son

honrados directamente, quedaron incluidos en las citas de los otros profetas menores

gracias a la unidad tradicional de esa colección. Por otro lado, términos muy

frecuentes como “la Escritura”, las “Escrituras”, “las Sagradas Escrituras”, aplicadas

en el Nuevo Testamento a otros escritos sagrados, nos pudieran hacer pensar que

éstos ya formaban una colección fija. Pero, por su parte, la referencia en San Lucas a

“la Ley, los Profetas y los Salmos”, aunque demuestra la fijación del Torah y de los

Profetas como grupos sagrados, no nos garantiza la misma fijación para la tercera

división, los Hagiographa judeo-palestinos. Si, como parece ser la verdad, el contenido

exacto del catálogo amplio de las Escrituras del Antiguo Testamento (el que abarcaba

los libros deutero), no puede ser establecido desde el Nuevo Testamento, no existe


 

 

 

razón a fortiori para esperar que reflejase la extensión del canon judío, de menor

amplitud. Estamos seguros que todos los Hagiographa fueron en algún momento,

antes de la muerte del último apóstol, entregados en forma divina a la Iglesia como

escrituras sagradas. Claro que esto lo sabemos como verdad de fe, por deducción

teológica, no por la evidencia documental del Nuevo Testamento. Este hecho tiene

fuerza en contra de la postura protestante que afirma que Jesús aprobó y transmitió

en bloc la ya previamente definida Biblia de la sinagoga Palestina.

 

*!o tiene sentido el pensamiento protestante, de la transmisión en bloque por parte de

Jesús porque de ser así no se hubiesen realizado los llamados códices que eran como

biblias pero  con libros apócrifos también.

 

Autores y estándares de canonicidad entre los judíos

 

Aunque el Antiguo Testamento no revela noción formal alguna de inspiración, los

judíos de los tiempos posteriores deben por lo menos haber poseído una idea

semejante (cf. II Tim, 3,16; II Pe. 1,21). Se menciona el caso en el que un doctor

talmúdico que distinguía entre una composición “entregada por la sabiduría del

Espíritu Santo” y otra, presumiblemente creada por la simple sabiduría humana. Pero

en lo tocante a nuestro claro concepto de canonicidad debemos decir que es un

concepto moderno, del que ni siquiera el Talmud tiene evidencia alguna. Con el fin de

definir un libro que no tenía lugar reconocido en la biblioteca divina, los rabíes

hablaban de él como “manchas en las manos”, un término técnico muy curioso

procedente quizás del deseo de impedir cualquier tocamiento profano del rollo

sagrado. Sin embargo, a pesar de que entre los judíos no existía la idea formal de

canonicidad, sí se daba el hecho. En cuanto a la fuente de canonicidad entre los

antiguos hebreos, nos vemos forzados a asumir una analogía. Existen razones tanto

psicológicas como históricas para rechazar la suposición de que el canon del Antiguo

Testamento nació espontáneamente de una especie de reconocimiento público de los

libros inspirados. Cierto, parece razonable pensar que el oficio profético en Israel

contaba con sus propias credenciales, y que éstas se extendían en gran medida a sus

composiciones escritas. El problema es que existían muchos seudo profetas en el país,

lo que hacía necesario que hubiese alguna autoridad para separar los escritos

proféticos genuinos de los falsos. Del mismo modo se hacía necesario un tribunal final

que pusiese su sello sobre la variadísima y confusa literatura comprendida en los

Hagiographa. La tradición judía, según lo describen los mencionados Josefo, Baba

Bathra y los datos del seudo Esdras, indica la existencia una autoridad que

funcionaba como árbitro final de qué era escriturístico y qué no. Se dice que el así

llamado Concilio de Jamnia (c. 90 d.C.) había ya resuelto la disputa que existía entre

las escuelas rabínicas rivales en torno a la canonicidad del Cántico. De modo que,

mientras la intuición y la cada vez más reverente conciencia del elemento de la fe de

Israel podía dar- y probablemente daba- un impulso general y una dirección a la

autoridad, debemos concluir que fue la voz de la autoridad oficial la que realmente

fijó los límites del canon hebreo, y aquí, hablando en forma muy general, los exégetas

conservadores y los avanzados encontraban un terreno común. Sea como haya sido en

el caso de los Profetas, la evidencia favorece mayoritariamente un período posterior


 

 

 

para el caso del cierre de los Hagiographa. Un período en el que el cuerpo de los

escribas dominaban el judaísmo, sentados sobre la “cátedra de Moisés”, y detentaban

solitariamente la autoridad y el prestigio de tal actividad. El término “cuerpo de los

escribas” ha sido utilizado en forma precautoria, bajo la sospecha grave y, a veces, el

rechazo total de los académicos contemporáneos, para señalar la “Gran Sinagoga” de

la tradición rabínica, pero este asunto cae fuera de la jurisdicción del Sanedrín. La

clave para discriminar las obras canónicas de las no canónicas estaba influenciada

por la Ley del Pentateuco. Este fue siempre el canon par excellence de los israelitas.

Para los judíos de la Edad Media la Torah era el santuario más íntimo, el Santo de los

Santos, mientras que los Profetas eran el Lugar Santo y los Kéthubim constituían

únicamente el patio exterior del templo bíblico, y esta concepción medieval

encontraba su fundamento en la preeminencia que los rabíes de la época talmúdica

daban a la Ley. Desde el tiempo de Esdras la Ley, en cuanto era la parte más antigua

del canon y la expresión formal de los mandatos de Dios, recibió el mayor grado de

veneración. Los cabalistas del siglo segundo después de Cristo, y otras escuelas

posteriores, veían en la otra parte del Antiguo Testamento una mera expansión e

interpretación del Pentateuco. 

 

*Importante la forma de discernir, era por cuanto se había inspirado en el pentateuco,

por tanto eso significa que si el ciclo no cerraba con Esdrá el libro de la sabiduría de

Jesus, hijo de Sirá, Eclesiástico como se conoce, pudo haber entrado en el canon, pero

el libro de la Sabiduría no, por eso en Jamnia para sacar al libro de la Sabiduría

pusieron dos condiciones de canonicidad: que sea inspirado por Dios y que SU CA!O!

ORIGI!AL FUESE E! HEBREO, de esa forma limpiaron los 70

 

 

 

 

Por ello podemos estar seguros que la prueba mayor de canonicidad, al menos para el

caso de los Hagiographa, era su conformidad con el canon par excellence, el

Pentateuco. Es algo evidente, además, que ningún libro que no hubiese sido

compuesto en hebreo, y que no poseyese las características de antigüedad y prestigio

de la edad clásica, o algo de renombre por lo menos, no era admitido. Tales criterios

son negativos y exclusivos, más que directivos. El empuje del sentimiento religioso y

del uso litúrgico deben haber sido el factor decisivo en la decisión. Pero los criterios

negativos eran parcialmente arbitrarios y la simple intuición no puede ser prueba

definitiva de certificación divina. No fue sino mucho después que la Voz infalible

habló, y fue para declarar que el canon de la sinagoga, aunque permanecía sin

adulterar, estaba incompleto.


 

 

 

B. El canon entre los judíos de Alejandria

 

(Los libros deutorocanónicos)

 

La diferencia más notable entre las Biblias católica y protestante es la presencia en

aquélla de ciertos escritos que faltan tanto en ésta como en la Biblia hebrea, la cual se

convirtió en el Antiguo Testamento del protestantismo. Dichos escritos son siete:

Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, I y II de Macabeos y tres documentos

añadidos a los libros protocanónicos. Éstos son: el suplemento de Ester, del versículo 4

del capítulo 10 al final, el Cántico de los Tres Jóvenes en Daniel, 3, y las historias de

Susana y los ancianos y de Bel y el dragón, que forman los capítulos finales de la

versión católica de dicho libro. De esas obras, Tobías y Judit fueron escritos

originalmente en arameo, y quizás en hebreo; Baruc y Macabeos I, en hebreo;

Sabiduría y Macabeos II fueron definitivamente compuestos en griego. Las

probabilidades favorecen al hebreo como lengua original de la adición de Ester, y al

griego como lengua del añadido de Daniel. 

 

*Otro buen argumento, libros de los 70 que fueron traducidos ya que los que hay

seguridad que son totalmente griegos son II Macabeos y Sabiduria, Tobías tiene dos

versiones, una aramea y otra griega, Sirácides o esa Eclesiástico se tiene la traducción

que la hizo el nieto de Jesús de Sirá, pero originalmente esta en arameo, de echo al

pasar los años se fueron encontrando cada vez mas partes.

 

El viejo Antiguo Testamento griego conocido como los Setenta fue el vehículo que

llevó esas escrituras adicionales a la Iglesia Católica. La versión de los Setenta era la

Biblia de los judíos de habla griega, o helenistas, cuyo centro literario e intelectual se

encontraba en Alejandría. De entre las copias existentes de esa versión las más

antiguas datan de los siglos IV y V de nuestra era, lo cual nos dice que fueron

elaboradas por manos cristianas. Sin embargo, los investigadores generalmente

admiten que tales copias representan fielmente el Antiguo Testamento de acuerdo a

como éste era conocido entre los helenistas o judíos alejandrinos de la era

inmediatamente anterior a Cristo. Los venerables manuscritos de los Setenta varían

un poco con respecto al canon palestino, mostrando con ello que en el círculo de los

judíos alejandrinos el número admisible de libros extra no estaba determinado

puntualmente por la tradición o la autoridad. Si bien los Macabeos están ausentes en

el Codex Vaticanus (la copia más antigua del Antiguo Testamento griego), todos los

manuscritos enteros contienen todos los escritos deutero. Donde los manuscritos de

los Setenta muestran diferencias entre si, con la excepción ya mencionada, es en

ciertos excesos que van más allá de los libros deutero.  No deja de ser significativo que

en todas las Biblias alejandrinas el orden hebreo tradicional es roto por la inserción

de la literatura adicional entre los otros libros, en forma ilegal, con lo que aseguran a

los escritos extra una importante igualdad de rango y privilegio. Conviene

preguntarse acerca de los motivos que llevaron a los judíos helenistas a canonizar,

virtualmenet al menos, esta considerable cantidad de literatura. Alguna de ella es

muy reciente y se separa muy radicalmente del canon palestino. Algunos opinan que

no fueron los alejandrinos sino los palestinos quienes se separaron de la tradición


 

 

 

bíblica. Los escritores católicos Nickes, Movers, Danko y, más recientemente, Kaulen y

Mullen, han defendido la posición de que originalmente el canon judío contenía todos

los libros deuterocanónicos y que así se mantuvo hasta el tiempo de los apóstoles

(Kaulen, c. 100 d.C.) cuando, a consecuencia de que los Setenta habían llegado a ser el

Antiguo Testamento de la Iglesia, fue prohibido por los escribas de Jerusalén, movidos

por su hostilidad a la generosidad helenista (según Kaulen, especialmente) y por la

redacción griega de nuestros libros deuterocanónicos. Esos exégetas dan mucho

realce a la afirmación de San Justino Mártir acerca de que los judíos habían mutilado

la Sagrada Escritura. Tal afirmación no descansa sobre evidencia positiva. Aducen

que ciertos libros deutero siempre han sido citados por doctores palestinos y

babilonios con veneración e incluso como si fueran parte de las Escrituras. Pero las

aseveraciones particulares de algunos rabíes no pueden pesar más que la constante

tradición hebrea del canon, atestiguada por Josefo- aunque él se inclinaba al

helenismo, y por el autor judeo-alejandrino del IV libro de Esdras. Nos vemos forzados

a admitir que los líderes del judaísmo alejandrino mostraron una clara independencia

de la tradición y autoridad de Jerusalén al permitir la ruptura de los límites sagrados

del canon, fijado ya por los Profetas, al insertar un libro de Daniel ampliado y la

epístola de Baruc. Si se asume que los límites de los Hagiographa palestinos

permanecieron sin definir hasta una fecha relativamente tardía, entonces hubo

mucho menos innovación al adicionar los otros libros, pero la eliminación de las

líneas de la triple división revela que los helenistas estaban preparados para ampliar

el canon hebreo o para crear ellos uno nuevo.

 

Estas innovaciones pueden explicarse humanamente a causa del espíritu libre de los

judíos helenistas. Bajo la influencia del pensamiento griego ellos habían concebido

una visión mucho más amplia de la inspiración divina que sus hermanos palestinos y

se rehusaban a restringir las manifestaciones literarias del Espíritu Santo a un límite

de tiempo y a la forma hebrea de lenguaje. El libro de la Sabiduría, decididamente

helenista en su carácter, nos presenta una Sabiduría divina que fluye de generación

en generación santificando a las almas y a los profetas. (7,27, en su versión griega).

Filón, un pensador típicamente judeo-alejandrino, tiene incluso una noción exagerada

de la difusión de la inspiración (Quis rerum divinarum hæres, 52; ed. Lips., III, 57; De

migratione Abrahæ, 11,299; ed. Lips. II, 334). Pero aún Filón, aunque denota cierta

familiaridad con la literatura deutero, nunca la cita en sus voluminosos escritos.

Cierto que son varios los libros del canon hebreo que él no utiliza, pero se puede

suponer naturalmente que si él hubiese considerado las obras adicionales como si

estuvieran en el mismo plano que las otras, no hubiera dejado de citar una obra tan

estimulante y agradable como es el libro de la Sabiduría. No sólo eso, sino que, como

lo han hecho notar varias autoridades en la materia, el espíritu independiente de los

helenistas no podía haber llegado tan lejos como a establecer un canon oficial distinto

del de Jerusalén sin haber dejado huella de ello en la historia. Así que, de los datos con

los que contamos, podemos concluir en justicia que aunque los deuterocanónicos

fueron admitidos como libros sagrados por los judíos alejandrinos, siempre tuvieron

un grado inferior de santidad y autoridad que los que habían sido aceptados desde

antes, i.e., los Hagiographa y los profetas palestinos, que era inferiores, a su vez, que la

Ley.


 

 

 

II. El canon del Antiguo Testamento en la Iglesia Católica

 

La definición más explícita del canon católico es la que dio el Concilio de Trento, en su

sesión IV, en 1546. Su catálogo del Antiguo Testamento es como sigue:

 

Los cinco libros de Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), Josué,

Jueces, Rut, los cuatro libros de los Reyes, dos de los Paralipómenos, Esdras I y II (que

después se llamó Nehemías), Tobías, Judit, Ester, Job, el salterio de David (que tiene

150 salmos), Proverbios, Esclesiatés, El Cantar de los Cantares, Sabiduría, Eclesiástico,

Isaías, Jeremías, con Baruc, Ezequiel, Daniel, los doce profetas menores (Oseas, Joel,

Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías),

dos libros de los Macabeos, el I y el II. 

 

*Recordemos que Paralipómenos es Crónicas, los libros Reyes I y II son los que

llamamos Samuel, los Reyes III y IV son los que llamamos Reyes.

 

El orden de los libros sigue el del Concilio de Florencia, de 1442, y el plan general de

los Setenta. La divergencia de los títulos respecto a los que se encuentran en las

versiones protestantes se debe al hecho que la Vulgata Latina oficial retuvo las

formas de los Setenta

 

 

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A. El canon Antiguo Testamento (Incluyendo los Deuteros) en el Nuevo

Testamento

 

Los decretos tridentinos de los que se obtuvo la lista mencionada arriba constituyeron

el primer  pronunciamiento infalible y efectivo que se promulgó del canon dirigido a

la Iglesia universal. Siendo de carácter dogmático, implica que los apóstoles

transmitieron el mismo canon a la Iglesia como parte del depositum fidei. Pero ello no

se llevó a cabo a base de tomar una decisión formal. Será en vano que se busque señal

de tal acción en las páginas del Nuevo Testamento. El canon amplio del Antiguo

Testamento pasó tácitamente a través de las manos de los apóstoles hacia la Iglesia a

partir de su uso y de la actitud general de los fieles respecto a sus componentes. Fue

una actitud que se revela en el Nuevo Testamento, en el caso de la mayor parte de los

escritos sagrados del Antiguo Testamento, y en el caso del resto, se debe haber

manifestado en expresiones orales o en la aprobación tácita de la reverencia especial

de los fieles. Si se reflexiona a partir del estado en el que encontramos los libros

deutero en las etapas más tempranas del cristianismo post-apostólico, se puede

afirmar correctamente que tal estado de cosas sugiere la aprobación apostólica que,

a su vez, debe haber descansado sobre la revelación, ya sea la de Cristo, ya la del

Espíritu Santo. A causa de la complejidad e inadecuación de los datos proporcionados

por el Nuevo Testamento, debemos recurrir a este argumento prescriptivo legítimo


 

 

 

por lo menos en relación con los deuterocanónicos. Todos los libros del Antiguo

Testamento hebreo están citados en el Nuevo, excepto aquellos que han sido

apropiadamente llamados antilegomena del Antiguo Testamento, a saber: Ester,

Eclesiastés y Cantar. 

 

 

*Anoten esa palabra, antilegomena, porque cuando les pregunten los hermanos

separados en donde se habla en el nuevo testamente sobre los deuterocanónicos, les dan

la lista de los !TILEGOME!A y les dicen sáquenlos de sus biblias ya que como no los

lo dicen ni citan en el !uevo Testamento están de más. 

 

 

Más aún, Esdras y Nehemías tampoco se utilizan. La conocida ausencia de cualquier

cita explícita de los escritos deuterocanónicos no prueba, por tanto, que deban ser

vistos como inferiores a las obras 

arriba mencionadas para los personajes y autores del Nuevo Testamento. La

literatura deuterocanónica generalmente no se adaptaba a sus objetivos. Se debe

recordar, incluso, que ni siquiera en su lugar de origen, Alejandría, era dicha

literatura muy citada por los autores judíos, como ya se vio en el caso de Filón. El

argumento negativo que se obtiene de la carencia de citas de los deutero en el Nuevo

Testamento se minimiza por el uso indirecto que sí hace de ellos el mismo testamento.

Este uso toma forma de alusiones y reminiscencias y muestra de forma clara que los

apóstoles y evangelistas estaban familiarizados con el incremento alejandrino,

consideraban sus obras como fuentes merecedoras al menos de respeto y escribieron

bajo cierta influencia de ellos. Si se compara el capítulo 11 de la carta a los Hebreos

con los capítulos 6 y 7 del II Libro de Macabeos, se manifiesta una inconfundible

referencia a éste último al hablar el primero de los mártires glorificados. Hay mucha

afinidad de pensamiento, e incluso de formas de lenguaje, entre I Pe. 1, 6-7 y Sab. 3,5-

6; Heb. 1,3 y Sab.7,26-27; I Cor. 10,9-10 y Jud. 8, 24-25; I Cor. 6,13 y Ecco. 36,20. Sin

embargo, la fuerza del uso directo e indirecto del Antiguo Testamento en el Nuevo se

ve ligeramente disminuida por la desconcertante verdad que al menos uno de los

autores del Nuevo Testamento explícitamente cita el “Libro de Enoch”, reconocido

desde tiempo atrás como apócrifo. Vea el versículo 14. Y en el versículo 9 cita de otra

narración apócrifa, la “Asunción de Moisés”. Las menciones que hace el Nuevo

Testamento del Antiguo se caracterizan por cierta libertad y elasticidad en la forma y

en la fuente, lo que tiende a disminuir aún más su poder probatorio respecto a su

canonicidad. Pero por lo menos en lo que concierne a la gran mayoría de los

Hagiographa palestinos- y a fortiori, el Pentateuco y los Profetas-, cualquier falta de

conclusividad existente en el Nuevo Testamento queda superada por la abundancia

de sustento sobre su estatura canónica que existe en las fuentes judías, para citar sólo

unas. Estas comienzan con el Mishnah, pasando por Josefo y Filón, y llegando a la

traducción de dichos libros por los griegos helenistas. En cuanto a la literatura

deuterocanónica, solamente el último testimonio sirve como confirmación judía. Hay

signos, empero, que la versión griega no era vista por sus lectores como una Biblia

concluida, de sacralidad definida en todas sus partes, sino como algo que en sus

variables contenidos perdía brillantez gradualmente a los ojos de los helenistas y


 

 

 

pasaban desde la Ley, eminentemente sagrada, hasta obras de cuestionable divinidad,

como el III Libro de los Macabeos. Este factor debe ser sopesado al considerar cierto

argumento. Un gran número de autoridades católicas percibe una canonización de

los deuterocanónicos en una supuesta aprobación masiva, por parte de los Apóstoles,

del Antiguo Testamento griego, de mayor extensión evidentemente. No le falta fuerza

al argumento. El Nuevo Testamento muestra cierta preferencia por los Setenta: de los

350 textos sacados del Antiguo Testamento, 300 prefieren el lenguaje de la versión

griega al de la hebrea. Con todo, hay consideraciones que nos invitan a dudar antes de

admitir la adopción apostólica de los Setenta en bloc. Como ya se señaló arriba, hay

razones para creer que no se trataba de una cantidad fija en ese tiempo. Los

manuscritos más antiguos y representativos que existen no son totalmente idénticos

en los libros que contienen. Más aún, debe recordarse que al inicio de nuestra era, y

durante un tiempo posterior, era muy raro encontrar en forma manuscrita

colecciones tan voluminosas como los Setenta. Esta versión debe haberse encontrado

más comúnmente en libros separados o grupos de libros, lo cual favorecía una cierta

variación en la brújula. De modo que ni unos Setenta fluctuantes, ni un Nuevo

Testamento poco explícito nos pueden dar la exacta extensión de la Biblia pre-

cristiana que fue transmitida por los apóstoles a la Iglesia Primitiva. Es más

sostenible concluir que hubo un proceso selectivo bajo la guía del Espíritu Santo, y

que tal proceso fue terminado en una fecha tan tardía de la edad apostólica que el

Nuevo Testamento no puede reflejar su fruto maduro respecto al número o a la

santidad de los libros admitidos de fuera de Palestina. Para poder entender

históricamente el canon apostólico de Antiguo Testamento debemos interrogar a

otros libros posteriores aunque menos sagrados, que expresan más claramente la fe

de las primeras épocas del cristianismo.

 

 

*El caso de la carta Pulina, que cita a una carta apócrifa, la de Enoch, que ya se sabía

que no era canónica, es otro argumento fuerte y tangible para los Deuterocanónicos, de

echo San Pablo en un momento da una cita evangélica, algo así como “no hay nada

más lindo que dar la vida por los demás”, que no aparece en ninguno de los cuatro

evangelios, aunque puede ser una acepción no literal a la última cena cuando Jesús

dice: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”, por tanto el que no se

cite el libro no implica que no esté inspirado o que los apóstoles y discípulos dudaran

de su canonicidad, mucho menos la Iglesia que es inefable, ya vimos que hay libros

canónicos que no están citados que hay libros apócrifos que fueron citados, más aún

algo importante para defender a la biblia de los 70 es la segunda carta de Timoteo

3:16:

 

“Toda escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para reprender, para

corregir, para instruir en justicia”, esa que estamos hartos de escuchar de los hermanos

separados cuando intentan justificar algo que ellos inventaron, “la biblia sola basta”,

cosa que no es bíblica, utilizan esta lectura, lo más impresionante es que San Pablo se

refería al canon, a la biblia que desecharon los judíos la de los 70, o sea que lo que

ellos argumentan les va en contra, está hablando de la biblia griega.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

B. El Canon del Antiguo Testamento en la Iglesia de los tres primeros siglos

 

Los escritos subapostólicos de Clemente, Policarpo, el autor de la Epístola de

Barnabás, de las homilías seudo-clementinas y el “Pastor” de Hermas, contienen citas

implíctas o alusiones de todos los deutero, excepto Baruch (que antiguamente se

encontraba con frecuencia unido a Jeremías), el I Libro de los Macabeos y las

adiciones a David. No se puede obtener ningún argumento en contra a partir del

carácter implícito, suelto, de esas citas ya que los Padres Apostólicos citan las

escrituras deuterocanóncas exactamente de la misma manera. 

 

*Para los Ortodoxos esas cartas son inspiradas por Dios tanto la de Bernabé como III

y IV de Macabeos y unos cuantos libros más.

 

Bajando a la siguiente época, la de los apologetas, encontramos a Baruc citado como

profeta por Atenágoras. San Justino Mártir fue el primero en darse cuenta que la

Iglesia poseía una versión de las escrituras del Antiguo Testamento que diferían de las

de los judíos.

 

*Mucho tiempo después de los apóstoles nos damos cuenta que tenemos distintos

Antiguos Testamentos, FU!DAME!TAL ESO, porque ocurre en el s. IV y V, es la

primera vez que son cuestionados los deuterocanónicos por dos razones, los judíos no

los tienen y venimos de los judíos y la otra que es que no podemos convertir a un

hermano separado citando Eclesiástico, me diría que no está inspirado.

 

 Fue también el primero en insinuar el principio, que luego fue promulgado por

escritores posteriores, de la autosuficiencia de la Iglesia para establecer el canon; su

independencia de la sinagoga respecto a ese asunto. La plena comprensión de esta

verdad tomó tiempo en madurar, por lo menos en Oriente, donde no faltan

indicaciones de que por largo tiempo en algunos frentes no se pudo evitar la

influencia de la tradición judeo-palestina. San Melitón, obispo de Sardes, fue quien

primero hizo la lista de los libros canónicos del Antiguo Testamento. Dice él que en

esa tarea, aunque mantuvo el orden familiar de los Setenta, verificó su catálogo a

base de interrogar a los judíos. Para ese tiempo, los judíos habían ya descartado en

casi todas partes los libros alejandrinos, así que el canon de Melitón consiste

exclusivamente de los protocanónicos minus Ester. Debe subrayarse, sin embargo, que

el documento al que se le antepuso ese catálogo se pudo haber interpretado como

orientado a la polémica antijudía, en cuyo caso se entendería bajo otra luz lo del

canon restringido. San Ireneo, testigo de primera categoría dado su amplio

conocimiento de la tradición eclesiástica, afirma que Baruc fue juzgado con el mismo

criterio que Jeremías, y que las narraciones de Susana y de Bel y el dragón se le

atribuyeron a Daniel. La tradición alejandrina queda representada por el enorme


 

 

 

peso de Orígenes. Éste, influenciado sin duda por el uso de los judíos alejandrinos de

aceptar en la práctica los escritos extra mientras sostenían en teoría el canon menor

de Palestina, tiene un catálogo de las escrituras del Antiguo Testamento que

únicamente contiene los libros protocanónicos, aunque sigue el orden de los Setenta.

Con todo, Orígenes utiliza todos los libros deutero como Sagrada Escritura, y en su

carta a Julio Africano defiende el carácter sagrado de Tobías, Judith y los fragmentos

de Daniel. Afirma implícitamente, además, la autonomía de la Iglesia para

determinar el canon. En su edición Hexapla del Antiguo Testamento encuentran lugar

todos los libros deutero. El manuscrito bíblico conocido como “Codex Claromontanus”,

del siglo VI, contiene un catálogo al que ambos, Harnack y Zahn, le atribuyen un

origen alejandrino, casi contemporáneo de Orígenes. Ese documento por lo menos

data del período que estamos examinando y comprende todos los libros deutero,

incluyendo el IV de los Macabeos. San Hipólito (m. 236) puede bien ser considerado el

representante de la tradición romana primitiva. Él comenta sobre el capítulo de

Susana, cita frecuentemente la Sabiduría considerándola obra de Salomón y utiliza a

Baruc y a los Macabeos como Sagrada Escritura. En la Iglesia del África occidental

existen dos testigos fuertes del canon mayor: Tertuliano y San Cipriano. Las obras de

estos padres manejan bíblicamente a todos los deutero excepto a Tobías, Judit y la

adición a Ester. (En relación al empleo de escritos apócrifos en ese tiempo).

 

 

 

 

C. El canon del Antiguo Testamento durante el siglo cuarto y la primera mitad

del quinto

 

En ese período no está tan segura la posición de la literatura deuterocanónica como

en la época primitiva. Las dudas que se presentaron pueden ser atribuidas

mayormente a la reacción en contra de los apócrifos o de los escritos seudo-bíblicos

con los que habían inundado el Oriente los herejes y otros escritores. Por otro lado, la

situación se hizo posible debido precisamente a la falta de una definición apostólica o

eclesiástica del canon. El trabajo de definir en forma inalterable las fuentes sagradas,

como es el caso de todas las doctrinas católicas, se le dejó a la economía divina, para

que lo llevara a cabo gradualmente bajo el estímulo de preguntas y oposición. Con sus

escrituras flexibles, Alejandría había sido desde el principio un campo fecundo para la

literatura apócrifa, y San Atanasio, el vigilante pastor de ese rebaño, queriendo

proteger a éste de influencias perniciosas, elaboró un catálogo de libros señalando en

él los valores que se le habían de dar a cada uno. Primero, el canon estricto y fuente

autorizada de verdad es el Antiguo Testamento judío, excluido el libro de Ester. Hay,

además, ciertos libros a los que los Padres señalaron como fuente de edificación e

instrucción para los catecúmenos. Ellos son: la Sabiduría de Salomón, la Sabiduría de

Sirac (Eclesiástico), Ester, Judit, Tobías, el Didaché o Doctrina de los Apóstoles y el

Pastor de Hermas. Todos los demás son apócrifos e invenciones de los herejes

(Epístola Festal, para 367). Siguiendo el precedente de Orígenes y de la tradición

alejandrina, el santo doctor no reconoció más canon formal del Antiguo Testamento

que el hebreo. Empero, fiel a la misma tradición, en la práctica admitió para los libros

deuterocanónicos una dignidad escriturística, como puede verse en la forma como los


 

 

 

utiliza. En Jerusalén se daba entonces un renacimiento, o quizás una sobrevivencia, de

las ideas judías, cuya tendencia era claramente desfavorable para los

deuterocanónicos. Desde la misma sede episcopal, San Cirilo, quien defiende el

derecho de la Iglesia de fijar el canon, ubica estos últimos entre los apócrifos, y

prohíbe igualmente la lectura privada de cualquier libro que no sea leído en el

templo. La actitud era un poco más favorable en Antioquia y Siria. San Epifanio no

muestra duda alguna acerca del rango de los deutero: los estima, pero a sus ojos no

ocupan el mismo nivel que los libros hebreos. El historiador Eusebio atestigua la

amplitud con la que se habían extendido las dudas en su tiempo. Él clasifica los

deuterocanónicos entre los antilegomena, o libros en disputa, y a la par de Atanasio

los coloca en una categoría intermedia entre los libros aceptados por todos y los

apócrifos. El canon número 59 (ó 60) del concilio provincial de Laodicea (cuya

autenticidad es a veces objeto de debate) propone un catálogo de la Escrituras que es

totalmente acorde con las ideas de San Cirilo de Jerusalén. Por otro lado, las versiones

orientales y los manuscritos griegos de ese período son más liberales. Los que aún

existen contienen todos los deuterocanónicos y, en algunos casos, a ciertos apócrifos.

La influencia del canon estrecho de Orígenes  y de Atanasio se extendió naturalmente

al Occidente. San Hilario de Poitiers y Rufino siguieron sus huellas al excluir

teóricamente del rango canónico a los deuteros, aunque los admitiesen en la práctica.

El último de ellos los llama “libros eclesiásticos”, aunque de menor autoridad que el

resto de las Escrituras. San Jerónimo echó su considerable peso hacia el lado

desfavorable a los libros discutidos. Al evaluar su actitud debemos recordar que

Jerónimo vivió por mucho tempo en Palestina, en un ambiente en el que todo lo que no

fuera parte del canon hebreo era automáticamente objeto de suspicacia y que,

además, sentía él una reverencia exagerada hacia el texto hebreo, la “hebraica

veritas”, como la llamaba él.  En su famoso “Prologus Galeatus”, o prefacio de su

traducción de Samuel y de Reyes, él declara que todo lo que no sea hebreo debe ser

clasificado entre los apócrifos. Explícitamente afirma que Sabiduría, Eclesiástico,

Tobías y Judit no pertenecen al canon. Añade que esos libros se leen en los templos

para la edificación de los fieles pero no para confirmar la doctrina revelada. Si se

analizan cuidadosamente las expresiones de Jerónimo, en sus cartas y prefacios,

acerca de los deutero, podemos ver los siguientes resultados: primero, duda

seriamente de su inspiración divina; segundo, el hecho de que ocasionalmente los cite

y que haya traducido algunos de ellos como concesión  a la tradición eclesiástica, es

un testimonio involuntario de su parte al elevado reconocimiento que gozaban en la

Iglesia en general, y a la fuerza de la tradición práctica que prescribía su uso en el

culto público. Obviamente, el rango inferior al que autoridades como Orígens,

Atanasio y Jerónimo los relegaban se debían a una concepción muy rígida de

canonicidad, que exigía que un libro, para ser elevado a esa dignidad suprema,

debería ser reconocido por todos, tener la sanción de la antigüedad judía y ser apto

no sólo para edificar sino para “confirmar la doctrina de la Iglesia”, para utilizar una

frase de Jerónimo. 

 

Pero mientras eminentes estudiosos y teoréticos continuaban despreciando los

escritos adicionales, la actitud oficial de la Iglesia Latina, siempre a favor de ellos,

conservó el tenor majestuoso de su posición.


 

 

 

*Siempre a favor de ellos como se puede notar dependiendo de donde es originario el

estudioso está a favor u en contra, los católicos que son mas bien orientales los

desprecian, lo que eran mas bien de Áfica los aprueban, la iglesia Latina lo aprueba y

lo aprobó siempre, de echo ya lo vieron antes y creo que se repite con la Vulgata, la

Iglesia !O LA ACEPTO hasta que no puso Jerónimo a los Deuteros.

 

 Dos documentos de importancia capital en la historia del canon constituyen el

primer pronunciamiento de autoridad papal al respecto. El primero es el así llamado

“Decretales de Gelasio”, De recipiendis et non recipiendis libris, cuya parte esencial se

atribuye hoy día al sínodo convocado por el Papa Dámaso en el año 382. El otro es el

canon de Inocencio I, enviado en 405 a un obispo gálico como respuesta a una

solicitud de información. Ambos documentos contienen a todos los deuterocanónicos,

sin distinción alguna, y son idénticos al catálogo de Trento.

 

*IDE!TICOS AL CATÁLOGO DE TRE!TO, aquel que tiene el poder de la infabilidad,

desde el 382 y luego 405 da como canonizados a los Deuterocanónicos, lo protestantes

usarán la figura de Jerónimo y de los códices para decirles que hasta Trento (post-

reforma) no se sabía si estaban canonizados.

 

La Iglesia africana, que siempre fue entusiasta defensora de los libros disputados, se

encontró en completo acuerdo con Roma en lo tocante a esa cuestión. Su versión

antigua, Vetus latina (o, menos correctamente, la Itala), había admitido todas las

escrituras del Antiguo Testamento. San Agustín parece reconocer teóricamente varios

grados de inspiración, pero en la práctica emplea los protos y los deuteros sin

discriminación alguna. En su “De doctrina Christiana” él enumera los componentes

del Antiguo Testamento completo. El sínodo de Hipona (393) y los tres de Cartago

(393,397 y 419), en los cuales Agustín indiscutiblemente fue el espíritu lider, hallaron

necesario tratar explícitamente del problema del canon, y elaboraron listas idénticas,

sin excluir libro sagrado alguno. Dichos concilios basaron sus cánones en la tradición

y el uso litúrgico. Se encuentra valioso testimonio acerca de la cuestión en la Iglesia

española en la obra del hereje Prisciliano, “Liber de fide et apocryphis”. Esta obra

supone una línea divisoria bien definida entre los trabajos canónicos y los no

canónicos, y que el canon acepta a todos los deuteros.

 

*Tres concilios, tres veces aprobados, los deuterocanónicos mas las cartas, empiecen a

sumar para ver que no fue en el siglo XVI sino que ya desde el siglo IV la Iglesia los

aprobaba, con Trento lo que se hace es que no se repita que se dude de su canonicidad

como pasó en los siglos IV y V.

 

D. El canon del Antiguo Testamento desde la mitad del siglo quinto al fin del

siglo séptimo

 

Esta época deja ver un curioso intercambio de opiniones entre el Este y el Oeste, al

tiempo que el uso eclesiástico no sufría modificaciones, al menos en la Iglesia Latina.

Durante esta edad intermedia se divulgó mucho en Occidente el uso de la nueva

versión del Antiguo Testamento de San Jerónimo (la Vulgata). Junto con el texto se


 

 

 

incluían los prefacios de Jerónimo en los que criticaba los deutero, y bajo la influencia

de su autoridad esa parte del mundo comenzó a desconfiar de ellos y a mostrar los

primeros síntomas de una corriente hostil a su canonicidad. Por otro lado, la Iglesia

Oriental importó una autoridad occidental que había canonizado los libros

disputados, a saber, el decreto de Cartago, y desde entonces se inició una tendencia

cada vez mayor entre los griegos de colocar los deuteros en el mismo nivel que los

demás. Esta tendencia, sin embargo, se debió más al olvido de la antigua distinción 

que a una concesión hacia el concilio de Cartago.

 

 

 

 

E. El canon del Antiguo Testamento durante la Edad Media

 

La Iglesia griega.

 

El resultado de esa tendencia entre los griegos fue que cerca del inicio del siglo XII

ellos poseían un canon idéntico al latino, con la única diferencia que ellos sí aceptaron

el apócrifo libro III de Macabeos. El “Syntagma Canonum” de Focio señala que, en la

era del cisma del siglo IX todos los deuterocanónicos estaban reconocidos

litúrgicamente en la Iglesia griega. 

 

La Iglesia latina

 

A través de toda la Edad Media encontramos en la Iglesia latina evidencia de dudas

sobre el carácter de los deutero. Hay una corriente amigable en su favor y otra

claramente desfavorable a su autoridad y carácter sagrado, y en medio de las dos hay

un número de escritores cuya veneración por esos libros se modera a causa de la

incertidumbre respecto a su verdadera posición. Entre ellos destacamos a Santo

Tomás de Aquino. Hay pocos que reconozcan su canonicidad en forma inequívoca. La

autoridad prevalente de los autores medievales de Occidente es básicamente la de los

Padres griegos. La causa principal de ese fenómeno debe encontrarse en la influencia,

directa e indirecta, del crítico Prologus de San Jerónimo. La compilación “Glossa

Ordinaria” era ampliamente leída y sumamente estimada como tesoro de

conocimientos sagrados en la Edad Media y encarnaba los prefacios en los que el

Doctor de Belén había escrito de los deuteros en términos peyorativos; con ello

perpetuaba y difundía su poco amistosa opinión. Empero, tales dudas deben ser vistas

como algo más o menos académico. Las incontables copias manuscritas de la Vulgata

que se produjeron en ese tiempo, con una excepción, muy leve, quizás accidental,

abarcan uniformemente el uso eclesiástico del Antiguo Testamento y la tradición

romana se mantuvo firme en torno a la igualdad canónica de todas las partes del

Antiguo Testamento. Hay suficiente evidencia de que durante este largo período los

textos deutero se leían en los templos del cristianismo occidental. En lo tocante a la

autoridad romana, el catálogo de Inocencio I aparece en la colección de cánones

eclesiásticos enviados por el Papa Adrián I a Carlomagno en el Imperio Franco.

Nicolás I, en un escrito de 865 a los obispos de Francia, acude al mismo decreto de

Inocencio como campo en el que todos los libros sagrados han de ser aceptados.   


 

 

 

F. El canon del Antiguo Testamento y los concilios generales

 

El Concilio de Florencia (1442)

 

En 1442, durante la vida, y con la aprobación, de este concilio, Eugenio IV escribió

varias bulas, o decretos, con el objeto de traer los grupos cismáticos orientales a la

comunión con Roma. Y según la enseñanza común de los teólogos, tales documentos

constituyen doctrina infalible. El “Decretum pro Jacobitis” contiene una lista completa

de los libros que la Iglesia reconoce como inspirados, pero omite, quizás,

deliberadamente, los términos canon y canónico. El Concilio de Florencia, por lo

tanto, enseñó acerca de la inspiración de todas las escrituras pero no tocó

formalmente el punto de su canonicidad.

 

La definición de canon elaborada por el Concilio de Trento (1546)

 

Fue la exigencia de la controversia lo que primero llevó a Lutero a trazar una línea

divisoria entre los libros del canon hebreo y los escritos alejandrinos. En su disputa

con Eck en Leipzig, en 1519, cuando su oponente defendió que el bien conocido texto

del II libro de los Macabeos era prueba de la doctrina del purgatorio, Lutero

respondió que el pasaje no tenía autoridad puesto que ese libro estaba fuera del

canon. En la primera edición de la Biblia de Lutero, 1543, los deuteros quedaron

relegados, como apócrifos, a un lugar entre los dos testamentos. Para hacer frente a

esta ruptura radical de los protestantes, así como para definir claramente las fuentes

inspiradas de las que la Iglesia Católica toma su postura, entre los primeros actos del

concilio de Trento estuvo la solemne declaración, “como sagrados y canónicos”, de

todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamentos “con todas sus partes, tal como han

sido utilizados para ser leídos en los templos, y como se encuentran en la vieja edición

vulgata”. Durante las deliberaciones del concilio nunca se disputó seriamente la

recepción de la escritura tradicional. Tampoco- y esto es verdaderamente notable-

hubo duda seria alguna durante los trabajos del concilio acerca de la canonicidad de

los escritos disputados.  En la mente de los Padres tridentinos esos textos ya habían

sido virtualmente canonizados por el mismo decreto de Florencia, y los mismos

padres se sentían particularmente vinculados por la acción del sínodo ecuménico

precedente. El concilio de Trento no entró al estudio de las fluctuaciones en la historia

del canon. Tampoco se cuestionó acerca de la autoría o carácter de los contenidos. De

acuerdo al genio práctico de la Iglesia Latina, basó sus decisiones en la tradición

inmemorial que se manifestaba en los decretos de anteriores concilios y papas, y en la

lectura litúrgica, apoyándose en la enseñanza tradicional y en la costumbre para

determinar una cuestión de tradición. Ya se dio arriba el catálogo tridentino. 


 

 

 

El Primer Concilio Vaticano (1870)

 

El gran constructor que fue el sínodo de Trento había puesto ya para siempre fuera de

la permisibilidad de la duda de los católicos la sacralidad y la canonicidad de toda la

Biblia tradicional. Por su misma implicación había definido también la plena

inspiración de esa Biblia. El Primer Concilio Vaticano aprovechó un reciente error

acerca de la inspiración para quitar cualquier sombra de incertidumbre que pudiese

haber quedado. Formalmente ratificó la acción de Trento y explícitamente definió la

inspiración divina de todos los libros y sus partes.

 

III. El canon del Antiguo Testamento fuera de la iglesia

 

A. Entre los ortodoxos orientales

 

La Iglesia Ortodoxa Griega preservó su antiguo canon en la práctica y en la teoría

hasta tempos recientes, en los que, bajo la influencia dominante de su ramificación

rusa, está cambiando su actitud respecto a las escrituras deuterocanónicas. El

rechazo de esos libros por los teólogos y autoridades rusas es un desliz que comenzó

temprano en el siglo XVIII. Los monofisistas, nestorianos, jacobitas, armenios y coptos,

aunque en realidad se interesan poco por el canon, admiten el catálogo completo y

además varios apócrifos.

 

B. Entre los protestantes

 

Las iglesias protestantes continúan excluyendo de sus cánones los escritos deuteros,

clasificándolos de “apócrifos”. En general, los presbiterianos y calvinistas, en especial

desde el sínodo de Westminster en 1648, han sido los enemigos más reacios de

cualquier reconocimiento y, a causa de la influencia de la Sociedad Británica y

Extranjera de la Biblia, decidieron en 1826 rehusarse a distribuir biblias que

contuvieran los apócrifos. Desde ese entonces ha prácticamente cesado en los países

de habla inglesa la publicación de los deutero como apéndices de las biblias

protestantes. Dichos libros aún son materiales de lectura en la liturgia de la Iglesia de

Inglaterra, pero su número ha disminuido a causa de la hostilidad. Existe un apéndice

de apócrifos en la versión británica revisada, en volumen separado. Los deuteros aún

forman parte de apéndices en las biblias alemanas que se imprimen bajo el patrocinio

de los luteranos ortodoxos. 

 

Fuente:

http://ec.aciprensa.com/c/canonantiguo.htm#IIA

http://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/biblia/canon_desarrollo.htm

 

mas info

 

http://es.wikipedia.org/wiki/Deuterocan%C3%B3nicoshttp://catolicosromanos.mul

tiply.com/journal/item/4


 
 
Pax Tecum significa "la paz sea contigo", idioma latín. Une 2 cosas, el idioma oficial de la Iglesia Católica Apostólica Romana y el deseo ecuménico de que todos los hombres sean un solo rebaño. Por medio del dialogo y el compartir la fe llegaremos a la paz y al amor que tanto desea Dios
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